viernes, 30 de mayo de 2008

ESMIR GARCÉS QUIACHA


Nació en Algeciras, Huila, en 1969. Comunicador Social con Énfasis en Comunicación Comunitario, (Unad), Periodista Cultural, Editor, Promotor Literario. Presidente del Comité de Literatura del Huila (2005), Exconsejero Nacional de Literatura por la Zona Suroccidente ante el Ministerio de Cultura (2005-20006) y Consejero Departamental por el Área de Literatura ante la Secretaría de Cultura y Turismo del Huila (2005-2007). Cofundador del Encuentro Nacional de Escritores “José Eustasio Rivera” (2005, 2006 y 2007). Primer puesto en el concurso Organización Casa de Poesía, 1997. Primer puesto en el concurso de poesía “José Eustasio Rivera”, 1998, 2000, 2001, 2004 y 2007 y segundos puestos (1999, 2002 y 2003). Incluido en el programa de televisión nacional Poetas Colombianos Capitulo Nº 69 Señal Colombia del 2000. Hace parte de las antologías de poesía Crónica poética del Huila (1997), Nuevas voces de fin de siglo (1999), La lluvia y el ángel (1999), Antología de Ganadores de los concursos Departamentales de cuento y poesía, Fondo de Autores Huilenses de la Secretaría Departamental de Cultura (2001 y 2002), Antología de 7 poetas Homenaje 60 aniversario de la Biblioteca Departamental del Huila (2005) y Matamundo, una muestra de literatura huilense contemporánea (2005). Compilador de los libros Memoria secreta de la infancia: Textos de veintiún escritores del Huila (2004), Parvulario: Dieciocho textos de maestros sobre la infancia (2005) y Memorias del primer Encuentro Nacional de Escritores “José Eustasio Rivera” Zona Suroccidente (2005). Autor del libro de poemas Todos los ríos (2006) y Para hacer volar un cuervo (libro inédito de poemas).
Para hacer volar un cuervo, primero pienso en el aire. Un pequeño punto en el horizonte, como un grano de trigo o una semilla de cualquier fruto. Un punto es la nada, esa misma fuerza que hace abrir la almendra en la tierra. Y luego, doy paso a la imagen y nace de la cáscara el pájaro. Aletea como señal de vida, escapa de la misma palabra y su cuerpo flota entre el mar invisible. Nada sorprende al ave: grazna porque sabe que en las páginas siguientes habitan otras aves.

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En la página en blanco, el cuervo tiene su propio mundo y no depende de la mano del poeta. Una estela de palabras hace temblar el aire. Nada detiene su mirada, el vacío tiene su propio vértigo. La gramática va tazando su vuelo. El tiempo es un árbol de sonidos y palabras en el corazón del ave que palpita en la hoja.

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Sobre mis hombros cuatro cuervos descargan su furia, clavan sus garras en la carne. Estoy acostumbrado a estos pequeños dolores. Les he cortado las plumas de sus alas para que no se apoderen del cielo, para que recorran con sus saltos desvalidos todo el apartamento. Les hablo a cada hora, les traduzco un poema de Dane Zajc, les canto en latín con la primera herida del día, y ellos encienden sus pequeños soles queriéndome atrapar en su universo.

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Todas las noches dibujo una jaula distinta. Línea tras línea, barrote tras barrote. Este ejercicio lo sé de memoria, lo aprendí en la infancia con mis abuelos y lo perfeccioné en la escuela. Lo puedo repetir cuantas veces quiera; me es fácil, poseo la destreza de encerrar los espacios, de asignarle sus colores y sus ambientes. Sólo me ha parecido difícil que los cuervos entren en la jaula.