viernes, 30 de mayo de 2008

JÁDER RIVERA MONJE


Licenciado en Lingüística y Literatura de la Universidad Surcolombiana de Neiva y estudios en Maestría en Literatura de la Universidad Javeriana de Bogotá. Ha sido fundador y director de las revistas Indice de Literatura y Hojas Sueltas de Literatura. En 1995 obtuvo los premios departamentales de poesía José Eustasio Rivera y de cuento Humberto Tafur Charry. En 1998 ganó la convocatoria realizada por Fomcultura para la Colección de Autores Huilenses con el libro de cuentos Diez Moscas en un Platico con Veneno. En 1999 fue incluido dentro de la misma colección con el libro de dramaturgia El Día sin Horas. La universidad CUN y el “Diario la Nación” del Huila le concedieron el galardón “El Mejor entre los Mejores” por sus trabajos literarios en el 2005.

Algunos de sus poemas han sido publicados en las revistas Puesto de Combate, Arquitrave, Indice, Hojas Sueltas de Literatura y Alhucema-España. Un texto sobre su infancia aparece en el libro antológico Memoria Secreta de la Infancia (Trilce y Altazor Editores, 2004).

Ha publicado los siguientes libros: Prosas Elementales (1993), Los Hijos del Bosque (1988), Diez Moscas en un Platico con Veneno (1999), El Día sin Horas (1.999) y La Lluvia y el Angel (1.999), antología realizada con los poetas Winston Morales Chávarro y Esmir Garcés Quiacha . En el 2006 la editorial Arquitrave, dirigida por el poeta Harold Alvarado Tenorio, publica una antología de sus mejores poemas.

EXHORTACION DEL ANCIANO VENERABLE

Cuando suene el viento en los almendros,
te ha de conmover el caer de una hoja.
Y si eres inteligente,
has de comprender que el silencio de la tarde
tiene en algo la culpa de la caída.

Cuando cae una hoja
es como si cayera un hombre:
nadie se da por enterado.

Tú mil veces has caído
e inclusive,
hay días,
hay años
en que en ti mismo persiste la indiferencia.

LAMENTACIÓN DEL HERMANO

Padre nuestro que estás en los árboles,
en las hojas, junto al nido de los toches;
que estás en el canto del gallo
de las tres de la tarde,
y en el niño que monta en bicicleta.

Padre Nuestro que estás
en el sol que nace y envejece la noche,
en los pies desnudos que abren caminos,
en los tallos verdes y las manos sangrantes.

Padre Nuestro,
tú que al mundo le dices que amas,
tiéndete a la diestra del cadáver de mi hermano,
y provócame un llanto al borde de los ojos,
y un grito,
como si del pecho te arrancaran el alma.

Padre Nuestro tú que estás
en el canto del gallo de las tres de la tarde,
en los hombres que se van,
en los caminos que transité y no olvido.

Padre mío, Padre santo
que sabes callar y te alimentas de silencio,
tú que estás en la frente de mi madre,
a oscuras y alto y pensativo,

Ven, desciende a este mundo,
desata mis sandalias, tritúrame el llanto,
apriétame duro contra tu pecho.